jueves, 4 de noviembre de 2010

El Palacio de los Olalla. Primera Parte


Dejó de llover cuando llegué al pueblo. Llevaba andando toda la mañana y estaba hambriento. Recorrí las calles en silencio, admirando las casas señoriales. Las losas del suelo, empapadas, eran una pista de patinaje mortal. Fotografié al detalle los aleros de los tejados y los escudos nobiliarios de piedra. La mayoría de aquellos palacetes estaban casi en ruina y los que no, cerrados a cal y canto. Parecía un pueblo fantasma. La plaza mayor parecía un cementerio sin lápidas: una fuente sin agua, una iglesia sin campanas y un ayuntamiento sin autoridad. Tampoco había bar, cantina o tasca.


Una furgoneta se acercaba haciendo sonar el claxon. Frenó en la plaza con un chirrido seco y cortante. Esto no pareció molestar a los pocos ancianos que estaban guarecidos en los soportales del ayuntamiento. Era el panadero, que me saludó afectuosamente:

-¡Hola ,joven! ¿Bonita plaza, verdad?

-Buenos días, ¿no es un poco tarde para traer pan? Es casi la hora de comer...

-Normalmente solo vendo tres barras de pan blanco por aquí y tengo que pasar por otros cinco pueblos. No me sale muy rentable venir, ¿sabes? Por eso vengo cada dos días. ¿Qué te ha traído aquí?

-Senderismo, fotografía, la naturaleza...ya sabe.

-Mal día has cogido..., aunque espero que luego despeje. Si sales del pueblo por la carretera hay una senda por la izquierda que...


El panadero se detuvo un instante, un cliente se acercaba:

-¡Hola, Venancio!

-Hola, Tomás. ¿ Que tal el día? Tome su media barra. El cartero me ha dado algo para usted.

-Muchas gracias, aquí tienes lo tuyo. Hasta el lunes.


El anciano me miró con desconfianza y se alejó calle abajo.

-¿ También es cartero?

-No, pero cuando hay alguna carta para este pueblo me la dan a mí. Tampoco supone una molestia, como mucho hay una cada tres meses. Jajajá.

-Entiendo.

-En este pueblo ya nadie se fía de nadie. Incluso los cuatro vecinos que quedan no se llevan mucho que digamos. En verano parece que esto coge algo más de vida, pero es pasajero. Si te fijas estamos al fondo de un valle, y esta es la única carretera. Recuerdo que hace unos años, no hace muchos, este lugar rezumaba vida. Querían construir un hotel en el Palacio de los Olalla, el que estaba allá afuera,por las eras de Santa Eugenia, pero al final... - el panadero miró al cielo agitando la cabeza- Bueno, oye tengo que irme. Te aconsejo que no te quedes mucho.

-¿ Cómo dice?

-Verás, no es por ser un chismoso , pero hay gente que dice que este pueblo está maldito. Muerto. Toda la zona de alrededor es un hervidero, sin embargo aquí... ya no hay vida. Mi mujer nació aquí y me contó que este era un pueblo de indianos que regresaron de América y restauraron las casas de sus antepasados. Hubo uno, el más rico de todos, que levantó una auténtica mansión de la que ya no queda nada.

-Déjeme adivinar...¿el palacio de los Olalla?

-Sí

-¿Pero no iban a hacer un hotel allí?

-Hace años. El comprador desapareció. Vino a vivir aquí para preparar el proyecto. Y... ¿ sabe?, hubiera sido un gran momento para el pueblo. Ahora solo quedan ruinas. El tipo no era mala gente, incluso me habló de trabajar para él. - Venancio parecía incómodo. Oye, me tengo que ir.

-¿Me da media barra? Ha sido una suerte encontrarle, ya pensaba que me iba a comer este chorizo a palo seco.

-Jajajá. Toma. Pan de verdad. No cómo esa cosa descongelada que coméis en la ciudad.


Estreché la mano del panadero y sí marchó en su furgoneta. Busque refugio donde antes estaban los ancianos y me preparé el bocata. Realmente era un pan muy bueno. Una vez di cuenta de la comida, continué mi camino. No quería seguir la carretera así que consulté el mapa. Lo cerré de golpe. Sabía donde iba a ir. Nunca fui un valiente, pero la curiosidad era una de mis debilidades....

¿Qué pasó? Pronto lo averigüaréis...


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