Y así fue: aquel día sufrí “mareos, convulsiones, también me sentí aturdido, con palpitaciones, vértigo, angustia y una sensación de ahogo que me obligó a salir del recinto para tomar aire” tal como le pasó al escritor de Grenoble y como relata en sus cuadernos de viaje. Pero a diferencia suya mi caso aconteció en Roma, en la Capilla Sixtina más concretamente y no en la Basílica de la Santa Croce en Florencia como le sucedió al francés.
Pateaba el Vaticano, crucé una pequeña puerta y accedí a la suprema obra del Renacimiento italiano, las palabras de la guía turística se apagaron, o al menos dejé de oírlas (hacía rato que no las escuchaba). Se desvanecieron mientras un silencio terrible llenaba la enorme estancia. La magnificencia sobrenatural del lugar hacía apuntar hacia arriba los mil doscientos cuellos de los turistas presentes. Casi nada.
No importaban nombres o fechas, cielo, purgatorio o infierno; no importaba el sentimiento de perfección artística; sólo importaba una sensación de pequeñez tan grande que no te parecía estar allí.
Me sentí insignificante pero dichoso a la vez de que mis ojos pudieran alzarse a ver la gloria hecha pintura ¿Cómo? ¿Qué genio pudo volcar toda la salvación de la humanidad en una pared y un techo? Terribilitá, por supuesto, del gran Buonarroti y con detalles de otros colegas del gremio, como Rafael. Pero eso no lo sabría hasta mucho tiempo más tarde. Dejemos las artes plasmadas, la Creación del hombre y demás joya. Me quedo con una cosa. El juicio final.
En medio de todo, con el brazo levantado y mirada furiosa, mientras nos juzgaba impasible. No era un Cristo bueno o compasivo, humillado o agónico, era el Rey de Reyes. El amo de la barraca. Da igual que seas cristiano, ateo, moro, de la religión jedi o un escéptico que al mentar la Iglesia solo se acuerda de curas guarros y la Inquisición, da igual que te creas el mensaje o no.Esa figura te aplasta sin contemplación: desde lo alto. Se acabó, apaga y vamonos. Esto se puede convertir en un cuadro de Brueghel el viejo en cuestión de minutos porque el kiosko se cierra. ( hablaremos de ese cuadro con calma otro día)
Y yo hoy, en casa, donde lo más que he pintado es el cuarto de mi compañero de piso, pensando el Italia y en Sevilla cuando debería darle a la Ética un golpe certero. Si el kiosko se cerrase ahora me pilla en bragas ( es un decir).
Gloria al genio. Gloria al arte. Gloria a Miguel Ángel.
A seguir chapando, quedan 19 días para que todo acabe...bien, espero.