viernes, 29 de mayo de 2009

Primer voto y la última disputa...

Hoy no era el mejor día para escribir, ya que no me embargan motivos de grandiosa felicidad. Por otro lado, se esta bien a 20 grados todos los días, algo distinto que en mi añorada ciudad.
Aunque la cosa sea un mera anécdota, hoy he votado por primera vez, haciendo ejercicio de mis derechos constucionales , derechos nacidos, como la Constitución y la democracia, en una cuneta entre calaveras agujereadas.Pero eso amigos, es otra historia...
Hoy, 28 de mayo, Álvar Carretero ha votado. ( Yu-pi)

Hoy me ha vuelto a demostrar lo que trato de ocultar tan mal, que mi boca a veces (tantas veces) funciona más rápido que mí cerebro.
Sólo ella me puede hundir a reproches en doce o trece líneas y ensalzarme en otras tantas. ¿ Y por qué? Por mi total ausencia de consideración y cabeza, sentido común, decencia y porque hablo en clase. La hago sentir avergonzada, la doy asco y tal.
Pero dice que es paradójico y en realidad le gusta. Le gusta esa contraposición de fuerzas que dice poseo, le gusta mi aire de ``llevar coraza´´, una coraza pseudosanadora de mi personalidad esquizoide.
-Eso sólo es un sueño apto para una ingenua. Porque es humano...- afirma segura de sí, ( si hay algo que admiro de ella, es su seguridad en la pluma).Efectivamente: sueño de ingenua, claro, como no puede ser de otra manera. Yo también soy muy ingenuo.

Y sí, soy humano, ¿ tengo pinta de comer niños crudos?





A veces, infranquable, ajena, otras simplemente de rindes.
A veces aguantas tardes o días bajo presión, esperando un alivio que no llega, y lo superas, pero un solo gesto mío te saca de tus casillas.

Y la duda se cierne, se cierne pavorosa sobre mí ( y sobre tí también,creeme). Menos poner frases baratas para reflexionar, carentes de sentido, pero muy apropiadas en blogs y menos demagogia, porque así no arreglaras nada, ( sin embargo, tengo la culpa yo, ¿a que sí? Sí).

Tengo miedo de que me conozcas demasiado bien, o de que no sepas nada de mí.

Buenas noches y buena suerte.

martes, 12 de mayo de 2009

Ajena...dolorosamente ajena.

Hoy la he vuelto a ver ajena, si, esa es la palabra, ajena.

Al menos en el exterior, en la fachada donde sus sonrisa solia posarse a cualquier hora o un gesto adusto y terco indicaba alguna evidente cagada por mi parte.

Pero esta tarde no, esta tarde se ha vuelto a repetir esa oscilación de cabeza, ese gesto de ``no me importa lo que digas, porque se lo que me vas contar, y me suena a viejo´´.

El problema es que tiene razón, razón como siempre y al dársela nunca la acepta. Pero no tiene la culpa. No tiene la culpa de que me haya relajado, de que siga sin medir mis actos, quizás antes más disimulados por un aura de desconocimiento mutuo.



Pero hoy no es como hace ya casi 7 meses, 7 meses trepidantes,rápidos, maravillosos. 7 meses donde movidas como la de hoy podrían pasar como anécdotas o que pensabamos enterradas.

Ya no somos desconocidos, de hecho, nos conocemos demasiado bien.

Pero hoy no, hoy a sido diferente. Algo se me ha volcando volviendo al este alfeizar, un sentimiento frio y atroz. Un terremoto que exige un cambio de rumbo, porque habría algo peor que verla ajena, y eso sería no verla.

Lo siento.

lunes, 11 de mayo de 2009

Viajecito en tren

Ya era hora de escribir algo después de tanto tiempo.Mi gran admiradora
se impacientaba y ya llevaba más de un mes sin actualizar. Esta historia es real, en un tren cómo el de la foto y concretamente me llevo a Pamplona desde Barcelona. Lean con mucha atención:

-Buenos días señora, ¿a dónde se dirige?
-A Tudela.
-Vale. Billete por favor...vamos a ver. Un momento.
-¿Sí?
-¿Esa maleta es suya?
-Sí, ¿ pasa algo?
-Pues va a tener que sacarla del tren.
-¿Cómo?

Y se montó. Movida en el vagón. Son las 9,30 de la mañana del primer domingo de mayo y el Talgo procedente de Barcelona se encuentra estacionado en Zaragoza. Una maleta del tamaño de un ataúd hace posible que todo un compartimento del tren se desperece. Pero la cosa no paró ahí.

-Vamos a ver, esta maleta excede las medidas reglamentarias de equipaje.
-Pero en el billete pone que el equipaje de los viajeros puede ser hasta 20 kilos ¡ Y no pesa tanto ! ¡ En el avión no ha habido ningún problema!
-Lo siento señora, pero no cabe en el portaequipajes y tampoco la puede poner en otro asiento, ha de bajarse por favor. Si ha leído, en su billete se establece que las medidas por bulto no pueden exceder los 250 cms entre alto, largo y ancho, y perdone que le diga que en su maleta cabe un muerto.
-Oiga, a mi no se me ponga chulo, ¿eh?

Los ánimos iban crispándose y la audiencia se empezó a interesar por las diferencias entre el revisor y la cliente. De hecho, hubo un posicionamiento entre los viajeros, la gran mayoría se alineó a favor de los derechos de la señora y en contra del revisor, mientras otros querían que el tren continuase su camino y que la dama se fuera en autocar o a pata, pero que se fuera. Y dos o tres seguían dormidos.

-Señora, por favor, salga del tren. Podemos estar aquí cinco minutos, viente o cuatro horas. El tren no arrancará hasta que usted no se baje.
-Quiero hablar con el interventor del tren, y con seguridad ¡Y también con el maquinista !
-Cómo usted quiera, pero vaya bajando.
-Que venga primero el maquinista.
-Sin falta señora, enseguida vuelvo.

Y desapareció a buen paso por el pasillo hacia la cabeza del tren.
Era curioso ver cómo la señora cada vez perdía más los nervios y comenzaba a vociferar, mentando por lo bajo a la madre del revisor, a la porquería de los trenes españoles, a la basura del Talgo... mientras el revisor se mantenía firme y sereno ante el chorreo.

En esto que aparece de nuevo el revisor con el interventor del tren, y escoltados por dos fornidos muchachos de Prosegur.

-Buenos días señora, soy el interventor de este tren. Mi compañero, el señor Roberto L. me ha informado de lo ocurrido aquí. Verá, la normativa de RENFE, - que seguro mi compañero le ha explicado con amabilidad- establece que las dimensiones por equipaje no deben exceder de 250 cms de ancho, largo y alto. Y como claramente se puede observar, su maleta supera las dimensiones permitidas.
Parecía que el señor interventor se sabía el diálogo de memoria y que lo repetía unas dos o tres veces por semana. La señora, desarmada y rodeada, no tuvo más remedio que irse, pero sin callarse.
-¡Esto no quedará así ! ! Me voy! ¡ Pero quiero el libro de reclamaciones ! ¡ Son una pandilla de incompetentes!
-Que si señora, que si... pero váyase, que el tren entero espera.


El vagón culminó en una salva a aplausos y pitidos contra el revisor, que seguía como ajeno a todo aquello. La señora se fue. Pero eso daba igual, arrancábamos de nuevo.
Todo quedó en la memoria del vagón y en la rutina del revisor.